Querido.
No me confundas.
Con tus pensamientos llenos de deseos.
Y esperanzados abrazos.
Son demasiado tiernos.
¿Acaso no entiendes?
Debo sobrepasar este espiral de perdición.
Ya mimeticé mi carne con el cemento.
Pertenezco a este lugar.
Donde nadie siente.
Nadie ama.
Sin luz. Sin aire.
Erigida sobre el temor.
La ciudad del miedo.
Vibra sobre subterráneos lamentos.
Intento esconder el dolor.
Y juego a que estoy muerta,
para detener el dolor.
Juego a que estoy muerta
y el dolor se detiene.
No me distraigas, querido, con tu aliento,
puedo creer que respiro de nuevo.
A veces es como dormir.
Ahogo el dolor.
Cuando se encrespa y arremolina en vértigo.
Entonces, concuerdo con esta ciudad,
de loca violencia y espectros.
Como un macabro concierto,
interpretado por cuerpos.
Y anido en mi tormento.
Abrazo la lenta inclemencia tuya;
porque me haces sentir de carne otra vez.
Déjame jugar a que estoy muerta,
que sólo la muerte detiene este dolor.
La ciudad del miedo, en mí, nació.
26 de Octubre de 1996.
Amparo Carranza Vélez.
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